¿Y si pasando esta tragedia? ¡Y SÍ!

Sin duda hay mucho que contar de estos días, habrá sin número de historias, de anécdotas, de momentos que se repetirán y se irán transformando conforme pase el tiempo y se convertirán en leyendas, mitos y por supuesto: mentiras que serán tomadas como ciertas. No podemos evitarlo, es el riesgo de la tradición oral. La memoria es traicionera y flaca, hay que poner en la palabra escrita aquello que en estos momentos, al calor de las cosas, se quiere reflexionar.

Quizá mañana se lea diferente, pero es necesario asentar aquello que debe de permanecer un poco más fresco que lo que pudiéramos dejar a la memoria.

La primera intención –sensación- es tratar de hacer justicia o, en el mejor de los casos, equilibrio de aquello que he vivido, que al final es más un cómo que un qué. Percepciones que se trastocan desde la vista misma. Y también es compartir con alguien en la búsqueda de coincidencias y desacuerdos para construir este colectivo de ideas que van acomodándose.

Un deja vu, sería. Justo 32 años después, con las diferencias pertinentes del caso, la gente, los ciudadanos, las personas fueron las que se pusieron en la primera línea de fuego para hacer frente a este nuevo sismo que azotaba el otrora Distrito Federal – desde ahí hay cambios de fondo, que finalmente no permearon lo importante- en Morelos, Puebla y algunas regiones del Estado de México; la solidaridad es más vieja que estas ciudades y sus desvíos, sus perversiones y su descomposición política; es la que se mantuvo a flote desde los primeros minutos. Unión, apoyo, cooperación, alianzas. Valores definidos desde Aristóteles, que han existido siempre en las sociedades más primitivas y que, sorpresivamente, no han caducado.

La gente despertó de ese espejo negro que conllevaba la modernidad, las nuevas tecnologías y la oda al individualismo colectivo que aparentemente era un disfraz cómodo de portar. Se necesitó menos de 2 minutos para recordar que estamos en algo más grande que nuestras preciadas y apresuradas vidas. Hubo diferencias, por supuesto, con lo sucedido hace 32 años. Más destrucción y más muerte principalmente. Pero la solidaridad era la misma y la incompetencia gubernamental también, solo que ésta última si tuvo variantes interesantes.

En esta ocasión la clase política se espantó, realmente se asustó y se quedó impávida ante la sociedad, que creía aletargada y sedada. No supieron bajar con la gente, unirse a ella, ponerse a su lado. El pánico –orines y excrecencias fecales incluidos- los paralizó y los dejó mal parados y mal olientes; ausentes, olvidados, nulificados: nada peor para un político de posta y fusta, acostumbrado a ser el centro de atención. La última vez que han de haber sentido eso tiene más de 100 años y para eso no había simulacros ni educación.

Aquí vale la pena una diferenciación política e histórica: el ejército y los servicios de emergencia y protección civil, la policía, ellos reaccionaron de acuerdo a las circunstancias. Inmediatos, prestos y activos, ellos sí –al fin parte de la población- reaccionaron con el mismo espíritu solidario. Al menos en la mayoría de los casos. Siempre habrá excepciones.

Dentro de este enorme y gratificante renacimiento social, se tienen que poner ciertas preguntas –y querellas- sobre la mesa. Puede molestar e incluso recriminarse, pero de eso se trata: ¿porqué no se reaccionó igual ante el sismo que afectó a Chiapas y Oaxaca, apenas 12 días antes? ¿Porqué no se desbordaron las calles de la Ciudad de México –incluyente y progresista en su auto imagen- con el mismo ímpetu para ayudar a aquellos mexicanos? Ramón Ojeda decía en su muro de Facebook que hasta para la ayuda humanitaria hay discriminación. Yo coincido. No hubo, ni remotamente, la misma respuesta para Morelos o Puebla que para con Chiapas y Oaxaca.

Incluso, en los centros de distribución de ayuda, sugerir que se mandaran a esos Estados resultaba en miradas entre incrédulas y escépticas. Y ahí también entra el resto de la República, quienes a la cosmopolita CDMX ofrecían prestos su sobrado altruismo y dejaron sin nada a otros. No profundizo más y dejo para la reflexión.

En un segundo deja vu para los que estuvimos en el 85 y seguimos aquí, Monchito se volvió incluyente –podríamos decir que transgénero, pero podría ser ofensivo a ciertas sensibilidades apocadas- y obedeciendo a la equidad de género, se convirtió en Frida Sofía. Nuevamente se nos presentó – ahora con mucho menos pericia y oficio- otra farsa mediática, soportándose en una catástrofe. Mientras los políticos se limpiaban el culo del susto, los otros asustados –Televisa Incorporated- se montaban en el peor reallity show de todos los tiempos y dejaban evidenciada la decadencia de su influencia, de su destreza y de sus medios mismos. Otros medios masivos cayeron en la trampa o siguieron la farsa en contubernio. No sabremos las diferencias en este sentido. Sin embargo el clavo estaba puesto y se le asestó el ultimo golpe a esa otra clase que no estaba en la foto y al ponerse a cuadro, se suicidó. Escombros, si me permiten.

Quizá la gente y su despertar titánico asustaron a la clase política saliendo de un coma aparentemente irremediable, y después de respirar un poco se dieron cuenta de que no los necesitamos –a los políticos- pero los medios de comunicación, principalmente Televisa y toda su infraestructura, tampoco reaccionaron adecuadamente y al querer tener un protagonismo, acabaron fuera del proscenio.

Y aquí viene una pregunta recurrente a últimas fechas entre algunos entendidos: ¿quién fue el pendejo que se le ocurrió esa idea y el más pendejo en decir “háganla”? Monchito tenía por objeto recuperar una caja fuerte. ¿Cuál era el de Frida Sofía? En otro orden de ideas, habiendo tantas historias –reales, crudas, auténticas- de la epopeya humana que se está viviendo, ¿para qué inventarte una? Y además inventarla mal. ¿dónde estaba Carla Estrada?¿Epigmenio Ibarra? Seguro habrán extrañado a Raúl Velasco, Ernesto Alonso y a Paco Malgesto algunos “creativos”. También me detengo en este punto y también dejo a la reflexión.

El tercer tema gira en torno a esta clase política de la que se habla tanto, antes y después del terremoto, en este y en tantos escritos. Ya se dijo que estaban literalmente cagados de miedo, petrificados, inmóviles; pero no se iban a quedar así mucho tiempo. Para su mala suerte –la de ellos- su reacción tampoco fue digna ni heroica. Reaccionaron porque los patearon, porque se les fueron encima y resbalándose todavía sobre sus miedos se levantaron nada más a lloriquear. Niños malcriados y berrinchudos pataleando por un regalo que daban por dado y que se les amenazaba con quitárselos. Las redes sociales –que jugaron su papel en este gran suceso, pero que dejo para los especialistas- comenzaron con una idea, de las mejores, de hecho, e inmediatamente se popularizó – o se viralizó, como se entiende ahora- : quitarles el financiamiento para las campañas de los partidos políticos de cara a las elecciones del 2018 y destinar esos recursos –no pocos- a la reconstrucción de las ciudades. El horror. My godness! Cést illégal. Lo demás eran bramidos. El desprestigiado INE titubeó, vaciló erró y corrigió. Dijo que no se podía, pero resultó que siempre si, que si hay camino. Aquello era una película de Arturo de Córdoba, Marga López y Angélica María. Corrían en los pasillos de las cedes nacionales y estatales de cada partido y se tropezaban entre ellos.

No pudieron. Se vieron superados. Ni los discursos, ni las estrategias de politólogos experimentados (sic) pudieron con el tsunami social que se les vino encima. Y aunque ya no les quedó de otra que decir sí, como novia de 15 años, que la van a casar a huevo con el viejo más culero del lugar. Todavía –fuerza de costumbre, tal vez- se aventaron la puntada de decir que “nos daban” el dinero, como si fuera de buena onda, una donación altruista. Incautos y mentecatos. Se les olvida que la lana no es de ellos; simplemente se va a destinar a otro lado.

Ya hubo otras consecuencias. Después de limpiarse las lágrimas –y el trasero- ahora son propositivos, ahora hablan del financiamiento a los partidos, de las prerrogativas de los funcionarios públicos, pensiones etc. Exigencias que se venían haciendo desde la sociedad civil, pidiendo desde antes; ahora sintieron los cojones en el cogote, y ni que remedio. Ahora se chingan, Y ni quien les crea su nueva estrategia de presentarse como grandes progresistas. Cobardes. Eso son. Tómenla, putos.

Hay una fotografía, de tantas que circularon en las redes estos días, que pregunta a todos los mexicanos “¿y si pasando esta tragedia seguimos unidos y removemos los escombros de nuestro gobierno?” Y sí. Yo respondo.

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Y sí. Aprovechemos, ahora en este momento histórico y demolamos –remover queda corto- esa estructura pútrida llamada clase política, reconstruyamos las instituciones, remocemos las leyes. Ya estaba destruida la política nacional, pero ya despertaron los titanes, despertó la sociedad y se dio cuenta que puede hacer lo que sea necesario para salir adelante, pero que estos impresentables no están a la altura de las circunstancias, están derrumbados, resquebrajados desde los más profundo. Son innecesarios. Deshagámonos de esos escombros políticos y construyamos otra vez.

El terremoto dejó mucho dolor, desgracias y destrucción, pero tal vez, sea el punto de partida para algo más grande y las víctimas de este suceso natural se conviertan en mártires nacionales. Lo había dicho antes y lo repito ahora: esto es lo que necesitábamos para despertar. Ya estamos despiertos todos. Ya estuvimos comatosos suficiente tiempo. Que valga la pena lo sucedido y es momento de reconstruir a nuestro País.

Ricardo Meza

@avedrio

Fotografía tomada del perfil de Roberto Duarte

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